El acento de un pueblo
EL LATIDO DE UN PUEBLO
Son los danzantes la manifestación folklórica-popular que mejor consolida y configura el sentimiento y la identidad cultural de un pueblo. Ellos, aúnan danza, poesía y música. Ellos exaltan, conquistan, transforman y cautivan. Toda una magia en donde habita el recuerdo y el corazón de un pueblo que desgarra lo más penetrante del alma para escuchar el enérgico paloteo de su danza. Todo un deleite para nuestros sentidos. Todo un misterio que solo los montalbeños, durante nuestras fiestas patronales, podemos comprender y vivir con la más profunda plenitud. Bien vale la pena revivirlos para gozarlos, porque al escucharlos conectamos con nuestras raíces y renacemos.
Por muy bella y sugerente que sea una imagen será difícil que se aproxime a esa agitación que trae consigo un sonido. Una imagen no puede sustituir la belleza de la música. La música de los danzantes seduce, conmueve y emociona. Ante tal explosión de sonido, luz y color: cerremos los ojos y escuchemos. Y comprobaremos que una imagen no vale más que mil palabras porque, desde que el hombre aprendió a expresarse una voz, un sonido, puede traer mil imágenes a nuestro corazón.
Los bailes son ejecutados por ocho danzantes, todos ellos hombres, acompañados por el dulzainero, el tamborilero y “el de la pelusa”, que se encarga de organizarlos y dirigirlos mediante una caña que porta y en cuyo extremo superior cuelgan unos “pelos” y unas cintas. Cada componente del baile danza con dos castañuelas y dos palos que, con ritmo alegre, vivo y rápido, golpean entre sí y con los de los restantes compañeros, formando, a veces, una “calle” de dos direcciones que se entrecruzan vertical y horizontalmente y, otras, un “corro”.
Desde el punto de vista musical, las melodías son concisas, de sencilla entonación y con ritmo marcado para poder hacer fácil su aprendizaje. Su música, dulce y embriagadora, está hecha para ser tocada y bailada al ritmo de dulzaina, tamboril, paloteo y castañuelas. No para ser cantada. En ocasiones, debido a la dificultad de encontrar músicos que la hicieran sonar durante los ensayos del baile, eran los mismos danzantes quienes adaptaban o inventaban una letra para esta música, pudiendo así marcar los pasos del baile. La letra se adaptaba a la música de forma sencilla. Bastaba con que rimara o marcara el ritmo, pues su misión consistía básicamente en recordar las distintas partes de la danza. Sólo “el de la pelusa” la entonaba durante los ensayos, mientras los danzantes la guardaban en el recuerdo, sin llevarla a exteriorizar. Aquí, no es la palabra la que habla sino la música la que se escucha.
Generalmente, los artistas de las letras y partituras son poetas y músicos anónimos que, huyendo del protagonismo y de la fama, convierten en autor de sus poemas y de su músicas a todo un pueblo: “procura tú que tus coplas/ vayan al pueblo a parar,/aunque dejen de ser tuyas/ para ser de los demás./ Que al fundir el corazón/ en el alma popular,/ lo que se pierde de nombre/ se gana de inmortalidad”. (A. Machado).
Doce son las canciones, con sus letras, que la tradición nos ha transmitido y que mudamente se ejecutan hasta nuestros días. Estas son: Los peludillos, Los ingleses, A Jesús de la Columna, La espada dorada, La Virgen, La peregrina, La mora, Al verde, Las campana, La reina, La caracha y Las mozas de Pascuala.
El traje, sencillo pero vistoso, está formado por un pantalón bombacho, de diferentes y vivos colores, que llega hasta debajo de la rodilla con remate de puntilla. Esta prenda es la más característica de todas y siempre se ha confeccionado en la localidad, por familiares de los danzantes o personas a quienes se les encarga la tarea. A él se añaden: una camisa blanca de manga larga, con lazos sobre los hombros, cintas atadas en los codos y dos bandas de cintas cruzadas sobre el tórax (algunas con los colores de la bandera nacional) sujetas con broche en la espalda e imperdibles en las caderas desde donde cuelgan hasta poco más de la rodilla. Corbata con alfiler. Faja ancha. Medias blancas caladas. Alpargatas de tela blanca y suela de esparto atadas con cordones hasta el tobillo. Y un pañuelo ceñido sobre el tocado, tapando parte de la frente y aunado con lazo cruciforme y broche que cuatro danzantes llevan sobre la oreja derecha, otros cuatro sobre la izquierda y “el de la pelusa” indistintamente.
Uno de los momentos más conmovedores para un danzante es cuando éste es vestido por la madre o esposa. Es esta una sensación íntima y sin parangón, solo superada en la solemne ceremonia del “Credo” cuando en ella, y bajo la bóveda del templo parroquial, todos juntos empiezan a danzar ante la majestuosa imagen de Jesús de la Columna. Todo un pueblo, toda una devoción, todo un estallido de luz y sonido que deslumbra con sublime emoción el alma de todos los allí presentes. Lo que allí se baila, canta y escucha es la oración de un pueblo que, unido al incienso litúrgico de la ceremonia, eleva a su patrón la más grandiosa de sus plegarias. Conmociones y súplicas que destilan emotividad y cuyos ecos se prolongan hasta la misa solemne del 29 y la ferviente procesión del ofrecimiento.
La permanencia casi ininterrumpida de la celebración de las fiestas patronales (antiguamente el 6 de enero y actualmente el 29 de septiembre) ha permitido que esta manifestación popular, tan valiosa y querida por todos los montalbeños, no se perdiera y que la tradición y el esfuerzo de un pueblo se vean compensados con la conservación de una de sus mejores joyas. Hoy recuperada, custodiada, transmitida y, sobre todo, más viva que nunca.
He aquí, pues, historia viva de los Montalbeños de entonces, de los de ahora y de los de después. Fruto de cuantos amaron y amamos Montalbo. Retazos del corazón que nuestros antepasados nos legaron. Gracias a ellos, todos los años, los montalbeños podemos acariciar y revivir una singular y estimulante tradición que levanta en nuestra memoria un torbellino de mágicos recuerdos e indescriptibles emociones. Un preciado relicario que todos guardamos en lo más recóndito del corazón.
¡Guarden silencio nuestros labios! ¡Recreémonos en este inmenso retrato del alma! ¡Escuchemos y… disfrutemos!
Antonio Escamilla Cid.